Doce indagaciones en el arte de Oscar Sjöstrand
Josefa Zambrano Espinosa
Viernes, 10 de junio de 2005
Nostalgia, añoranza, ¿cómo reprimirla cuando uno se adentra en las páginas de Doce indagaciones en el arte de Oscar Sjöstrand?
Leyendo Doce indagaciones en el arte (Ediciones del Gobierno de Carabobo, Colección Notas de Artistas/ “Antonio Herrera Toro” Nº 133, Valencia, Venezuela, 2004. 67 páginas) evocamos y extrañamos esos tiempos cuando cada domingo asistíamos devotos al ritual de recorrer las galerías de arte, de asistir a las grandes inauguraciones realizadas en los Museos de Bellas Artes, de Arte Contemporáneo “Sofía Imber” y de Arte Popular “Bárbaro Rivas” de Petare, o en la Galería de Arte Nacional. Tiempos cuando en las mesas de “La Vesubiana”, “El Gran Café” o “La Bajada” en aquel boulevard de Sabana Grande ?“río de luces, vidrieras y gente inmersa en abyecciones y alegrías pasajeras” — que ya no existe, discutíamos sobre las obras expuestas en los grandes Salones de Arte, tales como el Nacional de Artes Plásticas y el CANTV, el de Jóvenes Artistas o el de Dibujo de Fundarte; las Bienales de Artes Visuales y del Dibujo y Grabado.
Un Salón de Arte como el “Arturo Michelena”, cuya trascendencia e importancia nos hacía trasladarnos en romería hasta el Ateneo de Valencia.
Tiempos de los grandes vernissages en las galerías de arte, y de ellas algunas inolvidables como “Viva México” y “La Casa de Vecindad”, ambas dirigidas por ese caballero universal y andante que fue Jorge Godoy.
Tiempos de “Arte Actual”, “Sala Ocre”, la Sala del BANAP, “Minotauro”, “Freites”, “La Cayapa”, “Durband”, “Sala Mendoza” y, desde luego, la galería universitaria de arte “Ángel Boscán” de la Universidad Central de Venezuela, entre tantas otras.
“A partir de ese período, dice Juan Calzadilla, es cuando comienza un cambio en el curso del arte venezolano, pues la pintura, en sus modalidades principales, la figuración y la abstracción, daba muestras de estancamiento. La enseñanza impartida en las escuelas de arte era cuestionada por una generación que había buscado refugio en los talleres de diseño o que mantenía una posición crítica, aunque no intransigente, frente a las tendencias consagradas. En estas condiciones iba a despertar entre las nuevas generaciones un gran interés por el dibujo y por lenguajes poco practicados hasta ahora que, como el grabado, requerían de gran destreza técnica”.
“Entre 1978 y 1980 –continúa Calzadilla— los Salones de Dibujo de Fundarte contaron con gran apoyo para dotar al movimiento artístico del impulso que había comenzado a perder; aparecen nuevos nombres y el espectro técnico se enriquece. Los salones de dibujo acogieron los mejores intentos de renovación del lenguaje figurativo que se hicieron por entonces; renovación que tuvo por protagonistas a representantes de varias generaciones (…)”.
En efecto, los Salones de dibujo abren sus puertas al pluralismo, la renovación y la búsqueda dentro del quehacer plástico, permitiendo que artistas como Oscar Sjöstrand, Nelson Moctezuma, Pancho Quillici, Jorge Pizzani, Nadia Benatar, Ernesto León, Maricarmen Pérez, María Eugenia Arria, entre otros nombres de esa generación emergente, “se adentraran en el universo de la pintura a través del dibujo”.
I Oscar Sjöstrand (Puerto Cabello, Venezuela, 1958) es, según Elizabeth Schön, “un artista verdadero”, pues además de ser un extraordinario dibujante es también un excelente cronista de esa época dorada de la plástica venezolana que va desde finales de los 70 hasta el final de los 90 del siglo pasado.
Dibujante por excelencia, Oscar Sjöstrand es un maestro de la plumilla, la tinta china, el creyón y el lápiz sobre el papel.
Mientras aguardamos por “El Jardín de los Cantares”, su próxima individual en el Museo de la Estampa y el Diseño “Carlos Cruz Díez”, mantenemos presentes las exposiciones realizadas en 1978 y 1980 en la galería “Viva México”. Exposiciones que llevaron por nombres “Las distintas posibilidades del rostro” y “La Crónica”, respectivamente. Igualmente, es memorable la serie “El Erotismo y las Profanas”, dentro de la cual sobresale Dalila, la obra galardonada con el Premio Antonio Edmundo Monsanto en el LVI Salón de Artes Visuales “Arturo Michelena” en 1998.
De “Las distintas posibilidades del rostro” resalta La ira, la lujuria y la maldad, obra en la cual Sjöstrand desmonta todas las facetas del rostro femenino, al tiempo que desnuda los sentimientos que alberga el alma de la mujer a través de su mirada.
En “La Crónica” el artista ironiza al mostrar grandes y coloridos grupos de personas en reuniones o fiestas. Son seres enmascarados, cubiertos con fastuosos ropajes que recrean el esplendente mundo de las fiestas del renacimiento florentino o de los carnavales venecianos. Pero en esos grandes grupos de personas de rostros cubiertos con antifaces y máscaras --seres vacíos, marionetas--, que se encuentran desvinculados de todo lo que sucede a su alrededor, vislumbramos a las personalidades que son noticia y que manejan las riendas del poder político y económico en la Venezuela saudita.
Sjöstrand, a través de esas multitudes, refleja y se burla de todo cuanto sucede en el país, pues en cada cuadro concentra no menos de 30 personajes que, bajo las luces de los flashes o ante las cámaras de televisión, luchan entre sí para sobresalir, destacarse sobre los demás.
En “La Crónica” también están representadas dos tipos de mujeres: las chicas-objeto de los concursos de belleza y las damas de sociedad que concurren a los tés de caridad.
Hay en el artista un interés por plasmar los gestos y las formas de ese mundo vano, de oropeles y mentiras que se derrumban; mundo de esnobs y nuevos ricos. Seres que esconden lo que son mientras exponen la imagen que desean a la opinión pública, es decir, mantienen dos caras: las reales y las aparentes. De ahí que “La Crónica” sea, en definitiva, una fusión de colorido tropical, barroquismo e ironía.
II En las deliciosas páginas de Doce Indagaciones en el arte, con un estilo directo, y siempre en primera persona, Sjöstrand nos habla del arte y los artistas.
Ratifica su convicción de que artista y medio; medio y artista son uno. Que el arte no puede estar desvinculado de la sociedad, ni ésta de aquél. Que el arte va más allá de la belleza, la lógica y la captación del medio que el artista hace y transmite a la sociedad; de ahí que Elizabeth Schön afirme en el prólogo: “Entre el pintor y lo que pinta existe una unidad inquebrantable y sus razones son comprensibles (…) Todo artista es el responsable de una nueva realidad que nunca existió (…) El arte es la mayor transformación que ha creado el hombre, nunca termina”.
Sjöstrand narra su experiencia artística y personal con creadores tan disímiles como Nelson Garrido, Diego Barboza, Nelson Moctezuma, Juan Loyola, Elizabeth Schön, Elsa Grancko, Miguel von Dangel, Mercedes Pardo, Harry Schuster, Gloria Rojas y Gloria Fiallo.
En “El amor de Dios perdona todo, incluso a Nelson Garrido”, Sjöstrand desmitifica las fotografías heréticas, irreverentes, de Garrido, pues, según él, el fotógrafo lo que hace es recrear el submundo de vestimentas kitsch y travestismo que reina en los templos católicos, donde ángeles y santos maquillados, y con expresiones de éxtasis, son el delirio y el modelo a seguir de todo drag queen que bien se respete.
Así en “Diego, Doris, los cachivaches y yo”, Sjöstrand confiesa que “aprender a dibujar con Diego Barboza ha sido la gran experiencia de mi vida”. Además, el texto recrea el tiempo cuando ese gran pintor que fue Diego Barboza funda, alrededor de 1976, junto a Sjöstrand y otros artistas, lo que se llamó el movimiento Arte-Correo –punto de partida del arte no convencional actual en Venezuela, según Sjöstrand? pues se trataba del intercambio de correspondencia e información dentro de sobres caracterizados por su gran riqueza plástica y creatividad.
Sjöstrand presenta al Barboza que consideraba que cualquier objeto, por vil y utilitario que fuera, podía incorporarse a la obra de arte; al que caminaba sobre las obras dejando sus huellas porque era “un creador que se daba a sí mismo en cada cuadro, dejando en ellos algo de su vida personal, como las huellas de sus dedos o las impresiones de sus pies, pues todo lo que conformaba su vida era un hecho creador (…) En “Nelson Moctezuma o ¿quién se acuerda de Juan Vicente Gómez?”, Sjöstrand ironiza sobre el olvido idiosincrásico del venezolano: “Siempre he sostenido que Venezuela es el país del olvido, aunque con ello pretendo decir del perdón (...) No sabemos de la historia, no nos interesa, eso ya pasó, y punto. De los crímenes más impactantes al personaje más temido o al más famoso creador, qué importa. El ayer se fue, viva el hoy y sus protagonistas, los cuales serán, sin lugar a dudas, olvidados mañana”.
El texto se va transformando en un relato donde Sjöstrand nos cuenta que “había una vez un gran dibujante del movimiento del cómic y el arte pop, llamado Nelson Moctezuma, quien cuando se marchó nadie se enteró, a pesar de haber sido la vedette de las distintas ediciones del Salón de Jóvenes Artistas y del Salón Michelena en los años 70 y 80”.
Moctezuma, como bien nos lo recuerda Sjöstrand, adoraba la vida de los bares de luces rojas y cortinas de lágrimas de San Pedro; cubalibres y tercios, y, desde luego, rockolas con canciones de Blanca Rosa Gil, Paquita la del Barrio o Julio Jaramillo. Y de ese ambiente lograba arrancar las vivencias y el color que trasladaría al papel.
¿Pero cómo no recordar la obra de Moctezuma? Sus dibujos y acrílicos son referencia obligada cuando hablamos de los ganadores de las distintas ediciones del Salón Nacional de Jóvenes Artistas o de las viñetas que ilustraban las páginas de los suplementos “Papel Literario” y “7º Día” del diario “El Nacional”.
¿Cómo olvidarnos de El equilibrista? Aquél impresionante cuadro de fondo gris, donde un solitario personaje camina ?manteniendo el equilibrio para no precipitarse al vacío? sobre una línea negra. Obra ganadora del Salón de Jóvenes Artistas, en la cual, según Sjöstrand, “el color pulcramente plano y los grises que lo componían, creaban una atmósfera de suspenso, angustia y vacío” Pero lo típicamente Moctezuma fueron sus personajes tomados del cómic. Moctezuma “venezolanizó”, con creyón y sobre el papel, a los personajes más conspicuos del cómic mundial, pues según él, “todo en este país es un cómic”. De ahí que trabajara y satirizara la realidad nacional haciendo uso de los personajes de las tiras cómicas, tales como Supermán, El Hombre Araña, Marvila, Batman y Robin; que se valiera de de las postales kitsch y de los cromos “Hoy no fio, mañana sí” o “Yo vendí al contado; yo a crédito”, hasta al final encontrarse frente a frente con Juan Vicente Gómez, el Benemérito, el amo y señor del país… Moctezuma, usando el creyón sobre el papel hasta conseguir un acabado impecable de acrílico, nos presentó a un nuevo Supermán: Juan Vicente Gómez.
En su obra los habitantes, ya no de Metrópolis sino de Caracas, no preguntan si se trata de un ave, un cohete o un avión ni terminan afirmando: ¡No, es Supermán!, sino que responden: ¡No, es el Benemerito! En el dibujo la cara del general Gómez suplanta a la del súper héroe, tanto así que es imposible pensar en Clark Kent o en el hijo del desaparecido planeta Kriptón, pues como bien afirma Sjöstrand: “Moctezuma revivió a Gómez, lo reinventó y actualizó; el caudillo abandonó su caballo y viajaba en metro o en algún autobús(...) El Benemérito volaba con la corpulenta figura de Supermán, mas no sobre Metrópolis sino sobre Caracas en la Venezuela saudita de los 70 y 80, todo gracias a Nelson Moctezuma, uno de los grandes representantes del Pop Art en Venezuela”.
“En Juan Loyola, aquel Marzo”, Sjöstrand nos lleva a presenciar la reiterada perfomance contestataria de Juan Loyola, quien se encargó de nacionalizar y masificar su expresión personal del Body Art.
¿Quién no recuerda que Loyola siempre fue el permanente rechazado de todos los Salones? Pero él, en lugar de amilanarse, ejecutaba, en señal de protesta, su obra en vivo en las calles y plazas más concurridas. Protesta que fue cada vez mayor cuando a Loyola, para demostrar el gran amor que sentía por su país, comenzó a pasar gran parte de su tiempo detenido por – según las autoridades policiales-- irrespeto a la bandera nacional, ya que su obra ahora se caracterizaba por el uso y abuso de los “colores patrios” (amarillos, azules y rojos) sobre cualquier superficie pública, en cuadros de fuerte textura o en su cuerpo envuelto en túnicas de patricio romano.
De ahí que Sjöstrand afirme que “Juan Loyola era un maestro de la escena, amaba la teatralidad, le gustaba captar la atención del público, más ello no era vital para él, si no la obtenía. Pienso que su mejor y más lograda obra fue crearse a sí mismo: Juan Loyola creó a Juan Loyola.” Y yo considero, además, que Loyola fue un adelantado a nuestra época, pues la bandera hoy es símbolo de protesta y oposición al régimen gubernamental, como se ha visto en las grandes concentraciones y marchas realizadas por la sociedad civil de Venezuela.
En “Miguel von Dangel: sacrílego y místico”, Sjöstrand nos habla del arte de Miguel von Dangel como “la búsqueda del ser Supremo como principio y no como individuo, la naturaleza abstracta como su perfecta expresión, que es la que nos lleva a descubrir la luz, la oscuridad a través de la materia y el color, la línea y el trazo en su viva expresión de formas. Todo esto se nos presenta como los más cercanos opuestos pronto a unirse en algún lugar del tiempo y del espacio”.
Sjóstrand nos presenta al von Dangel barroco y arrebatado ante la naturaleza y la vida. Al artista que percibe lo trascendente a través de esa visión barroca que no es otra cosa sino el tránsito entre el infierno y el paraíso de la creación artística.
“En el nuevo tiempo de Mercedes Pardo”, Sjöstrand devela la personalidad avasallante de esa señora de las artes plásticas que fue Mercedes Pardo ?de quien Milagros Socorro dijo: “A sus 85 años tiene tanto charme como para iluminar un trasatlántico”?. De ella expresa: “La obra de Mercedes Pardo nos acerca a lo más hondo de las revelaciones plásticas (…)”. Pues el talento de Mercedes Pardo no sólo se ha expresado en la pintura, en el grabado; se ha manifestado también en las artes escénicas, convirtiendo a la autora en una de las artistas plásticas con mayor número de trabajos escenográficos (…)”. “Mercedes Pardo, continúa diciendo Sjöstrand, audaz, talentosa, artista con dominio absoluto sobre la obra, dotada de un sentido total del color y del espacio. Múltiple, versátil, para ella toda experiencia es de gran significado; transmuta cada elemento, cada detalle en piezas que al unirse formarán el TODO de la expresión plástica”. Dicho esto, nada se puede añadir sobre la obra y la persona de una de nuestras más importantes creadoras plásticas.
En «Harry Schuster, entre la Catedral de San José y ‘La Chic Parisienne’», Sjöstrand sostiene que en Venezuela existen excelentes pintores; sin embargo, dentro del realismo sacro contemporáneo sólo hay uno: Harry Schuster.
“El trabajo pulcro del pincel, dice Sjöstrand, los matices y el tratamiento del color, los trazos intensos y brillantes son realmente el producto de un gran talento. La obra de Schuster está enmarcada dentro de la espiritualidad gótica y la contemporaneidad del sentir criollo cristiano. El Artista siente el oficio de pintar, vibra con el color y sus matices, domina la pintura. El creador reinventa nuevos conceptos y particulares lenguajes al romper con lo establecido, velando con impactantes colores primarios los rostros en algunas piezas. La audacia en las pinturas y los formatos lo colocan en un lugar prominente en el Arte Contemporáneo Venezolano”.
En efecto, la obra de Schuster nos retrotrae al arte bizantino, no sólo por la mariología que caracteriza la temática de sus cuadros, sino por la riqueza del ornamento y color de las figuras sacras que destacan sobre los fondos hojillados en plata y oro, todo lo cual resalta y contrasta la expresión de profundo dolor en los rostros de sus Pietá y Mater Dolorosa.
III Después de leer las páginas de Doce indagaciones en el arte de Oscar Sjöstrand y viviendo en los tiempos de la Revolución Cultural Bolivariana y las Megaexposiciones I y II, ¿cómo no recordar con dolor, pena, la ausencia de esas exposiciones en galerías y museos, o las confrontaciones en los grandes y extintos Salones de Arte? Vivimos tiempos de cambalache cultural y artístico que hace de nuestros museos lugares donde, al lado de las obras de los grandes maestros de la pintura y escultura nacionales, se expone ?sin criterio alguno de selección? cualquier tipo de obra presentada.
De ahí que al evaluar la calidad y trascendencia de este “Salón” Megaexposición II, Luis Pérez Oramas haya dicho: “Es el arte sin juicio, el museo sin criterios, la estética sin competencias; más apocalíptico aún: el fin de la historia del arte y del arte mismo en Venezuela”.
Aún peor, Perán Erminy, uno de nuestros más reconocidos críticos de arte, afirma: “Se exhibe lo más estereotipado de lo llamado popular porque confunden lo mal hecho con arte popular. La Mega es una lucha contra la calidad, la selectividad y la valoración de las artes. Elimina los méritos, embiste contra el conocimiento superior y la autonomía del arte.
“Caemos en el reino del pensamiento y cultura únicos. La Megaexposición es la expresión cabal del miserabilisimo estético propio del chavismo. Es la mejor prueba de la desgracia de la cultura bajo las garras del militarismo que padecemos.
Ante tan devastadora realidad artística y museística, ¿cómo reprimir entonces la añoranza, la nostalgia por lo estético, lo plural y renovador de esa realidad creadora que revivimos a través de las páginas de Doce indagaciones en el arte de Oscar Sjöstrand?
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